lunes, 12 de marzo de 2012

LA UNIDAD DEL UNO CON UNO MISMO

LA UNIDAD DEL UNO CON UNO MISMO

(Hacia la eliminación de la categoría “sexo”)



Por Manuel J. L. Candelero (2007)





Esta es una  reflexión  acerca de las raíces fundantes de un azote que acompañó a la humanidad a lo largo de la historia; y que aún perdura: la discriminación entre varón y mujer, entramado siniestro en el que, con mayor o menor crudeza, la mitad de la especie humana es víctima y la otra mitad victimaria.

Me propuse meditar sobre el origen, naturaleza y causas de la discriminación por género (“Mí, Tarzan; tú, Jane”) no solo porque es tan antigua como el mundo mismo, sino porque es algo así como la discriminación madre que las parió a todas. Su origen se pierde en la noche de los tiempos; su naturaleza y causas son extremadamente complejas y subsisten hasta hoy. Eliminarlas es un paso para impedir cualquier otra forma de discriminación.

La indagación histórica está presente. Pero solo para acompañar con ejemplos el discurso biológico, antropológico, cultural, político, social,  jurídico, económico y religioso, que sostiene aún en el Siglo XXI una distinción entre hombres y mujeres con consecuencias carentes, a mi juicio, de todo fundamento.

Un breve relato nos ayudará en la comprensión de nuestro enfoque.

Un transeúnte se interna en una feria franca. Se dirige a los puestos de productos vegetales y se detiene frente a una bien dotada frutería.

-Quiero fruta, dice, ante la solicitud del comerciante.

-Ha venido al lugar indicado, le responde el frutero. Elija a su gusto.

El viandante examina los estantes. En ellos lucen   uvas y cerezas,   rozagantes duraznos, imponentes ananás, jugosas naranjas, pomelos y mandarinas, lustrosas manzanas, exóticos mangos y apetitosas bananas. El diálogo se reinicia:

-Yo quiero fruta.

-¿Alguna fruta en especial que no esté aquí?

-Es que aquí no hay FRUTA. Hay bananas, manzanas, duraznos y qué se yo cuántas cosas más. Pero lo que estoy buscando es FRUTA.

-Pues estas son las frutas de estación.

-Usted no me entiende. Me está ofreciendo uvas, mangos y naranjas. Lo que yo quiero es FRUTA. Y se va, malhumorado.

He recreado libremente un párrafo tomado por Heidegger de Hegel (1990, pág. 141) con el que el autor intenta demostrar que para explicitar la esencia del Ser no existe ejemplo posible.

Russell y Whitehead explican el equívoco con su teoría de los tipos lógicos: una clase de cosas no puede ser miembro de la misma clase: la FRUTA no es una de “las” frutas.

El Ser de lo Humano, o, para simplificar, el Ser Humano, es una clase biológica y cultural a la que pertenecen más de seis mil millones de personas. Tienen la identidad de “Ser” humano: seres que en exclusividad aman, conocen y hablan. Y la diferencia de ser Juan, Pedro, Antonella, N’ngue, Alicia, Abdul,  Jana, Lin, Otto, Fátima, Charles o Kim respectivamente.

La tesis que defendemos a lo largo de todo este artículo se clarifica con el breve relato antecedente. Las bananas son diferentes de las manzanas. A su vez, cada racimo de uvas difiere de los otros racimos y cada una de las uvas es diferente de sus compañeras. No hay dos mangos iguales. Pero todas son frutas. Esa es su identidad. Y esa es también su diferencia.



CON EL ACENTO PUESTO EN LA IDENTIDAD

ANTES QUE EN LA DIFERENCIA

Con los seres humanos pasa exactamente lo mismo: somos idénticos y diferentes al mismo tiempo.

En el ámbito de la naturaleza, generar categorías taxonómicas ayuda a la comprensión y al conocimiento. Dividimos el mundo vegetal y el animal en reinos, clases, órdenes, familias, géneros y especies, siguiendo un método empírico inductivo que nos procura conocimiento acerca de la naturaleza. En el ámbito de lo humano, diferenciar sin reconocer la identidad esencial –el “ser lo mismo consigo mismo”- genera discriminación y violencia. Discriminar por raza, religión o sexo, por ejemplo, es colocar fronteras artificiales que no solo no ayudan en la construcción de una cultura de paz, sino que la desactivan.

Lo esencial es nuestra común humanidad. Dividirla por el color de su piel, sus creencias profundas o su identidad sexual es abrir el paso a una ética de la dominación.

Los “negros” en Estados Unidos, los “judíos” en Alemania y las “mujeres” en todo el mundo, son sujetos categoriales inventados por las respectivas clases dominantes (los WASP, los nazis, los varones). No hay ninguna razón para diferenciar por el color de la piel, la religión, las ideas o la genitalidad. Particularmente por esta última, adherida a lo más profundo de nuestra intimidad e ilegible en términos éticos cuando se la quiere reducir a solo dos: varón o mujer.

Esta simplificación es un constructo cultural histórico orientado a la dominación. Sería más honesto y científicamente más “correcto” si esta clasificación censal y estadística nos calificara como “Fecundantes” y “Gestantes”. Hemos aceptado lo de “varón” y “mujer” porque miles de años de dominación del macho descartaron y segregaron a quienes no lo eran o parecían no serlo. Y hoy parecen designaciones adecuadas, indiferentes y no sensibles. ¿Nos sentiríamos igual –reitero- si en los formularios de identificación aparecieran casilleros “F” (Fecundante) y “G” (Gestante); o “U” (Uterina) y “T” (Testicular) o “V” (Vaginal) y “P” (Peneana), en lugar de los clásicos “M” (Masculino” y “F” (Femenino)?



UN MANDATO RELIGIOSO

IMPUESTO DESDE EL PODER

La discriminación por sexo es la más antigua y perversa; y no tuvo otro origen que la diversidad de roles en la función reproductora.  Deshumaniza al 50 por ciento de la humanidad por tener ovarios y útero en lugar de pene y testículos. La dominación del macho humano sobre la hembra es una regresión hacia los preorígenes del Hombre, que, idéntico a sí mismo mas allá de su genitalidad, se diferencia de los animales en el amar, en el conocer y en el lenguaje (Maturana, 1996, 149).

La sociedad patriarcal, ya configurada definitivamente hace más de cinco milenios, cosifica a la mujer como herramienta gestante, en un nivel equivalente  al de los restantes bienes del varón, tales como la casa, los esclavos o los animales domésticos (Éxodo, 20,17; Deuteronomio, 5,21). El mandato es religioso y, por lo tanto, gravemente pétreo. De allí que haya perdurado  hasta nuestro tiempo, bien que atenuado como consecuencia de sucesivos cambios en los paradigmas políticos y sociales. Sin embargo, aún hoy, para la Iglesia Católica, las mujeres solo pueden disfrutar del placer sexual si el coito que practican está ordenado a embarazarse. De lo contrario, las mujeres (y los hombres también) cometen el pecado “capital” de Lujuria; uno de los siete pasaportes directos al Infierno. Tal la enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica promulgado en 1992 por el papa Juan Pablo II: nº 2351: “la lujuria es un deseo o goce desordenado del placer sexual. El placer sexual es moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado de las finalidades de procreación y unión” (Catecismo, pág. 521).



SOY COMO ME PERCIBO

Como reflexiona Heidegger, (1990, 69) apoyándose en Parménides, “Lo mismo es, en efecto, percibir que ser”. Esa mutua pertenencia se da claramente en la sexualidad. No “soy” varón o mujer. Simplemente SOY, y soy como me percibo a mi mismo. La mismidad, el ser yo mismo es pertenencia mutua entre la intimidad de mi ser y la veracidad de mi percepción. Esta verdad   resulta inescrutable para terceros, pero es infalible para uno mismo. Obligarnos a autodefinirnos como varones o mujeres no es útil para la humanidad y tremendamente pernicioso para cada individuo.

Podemos avanzar aún más siguiendo esta línea de pensamiento, meditando sobre las consecuencias de poner el acento en uno u otro de los miembros del sintagma “mutua pertenencia”. Es mutua en tanto unidad. Por lo que “pertenencia” es asignación integradora de la unidad en la multiplicidad. Pero también podemos pensar en la mutua pertenencia, poniendo el acento en el segundo término. La mutua pertenencia indaga sobre la vinculación entre Hombre y Ser. O, lo que es lo mismo, preguntarse a la manera de Kant ¿Qué es el Hombre? (Entendiendo “Hombre” como sinónimo de “Humanidad”). Hay allí un acontecimiento de transpropiación, designado por nuestro autor como “Ereignis” en alemán (Heidegger, 1990, 85). El Ereignis une al hombre y al ser en su esencial dimensión mutua. En este salto al origen de la esencia de la identidad, abre un camino libre para la experimentación de lo Humano, es decir, lo ente del ser.

Pensar el tema de la Humanidad desde una perspectiva metasexual o parasexual es adentrarse en nuestra propia esencia, apartando lo accidental, germen de violencia e injusticia, tal como se ha dado históricamente: “Solo cuando nos volvemos con el pensar hacia lo ya pensado, estamos al servicio de lo por pensar” (Heidegger, 1990, 97).



LA SEXUALIDAD COMO AUTOATRIBUCIÓN

La tesis que sostengo es extremadamente polémica y, hasta donde conozco, inédita: todos somos un poco Tarzan y un  poco Jane. Por lo tanto, a horcajadas del derecho a la vida ubicamos el derecho humano básico y fundamental de Autoatribución proporcional de la masculinidad y la feminidad que cada uno percibe como perteneciente a su Ser.

Es el derecho a la distinción, a la diferencia. Y a que esta distinción y diferencia, asumida voluntariamente, no resulte en una clasificación que coloque a unos en posición dominante respecto de los demás.

En otros términos: el planeta está hoy habitado por más de seis mil millones de seres humanos, todos ellos con derecho a una identidad que no reconozca ningún componente de tipo sexual que no sea el que ellos mismos se hayan dado. Bajo este nuevo paradigma ocurrirían varias cosas sumamente interesantes. Por ejemplo, desaparecería toda referencia identificatoria del “sexo” de la persona en lo legal y administrativo. Hoy está penado discriminar por ideología política, pertenencia gremial, confesión religiosa, origen racial, etc. Es una rémora inexplicable seguir dividiendo a la humanidad en varones y mujeres, como si éstas fueran categorías pétreas, inmodificables, casi sacramentales.

Todos somos en algo varones y mujeres. Hay personas con una masculinidad casi excluyente y hembras a las que se le hace difícil encontrarle un rasgo masculino. Pero entre estos dos extremos, la  inmensa mayoría de los seres humanos participamos de características de ambos sexos. Cuestiones hereditarias, ambientales y, sobre todo, culturales, definen esto con claridad que solo el fundamentalismo dogmático de origen religioso se empeña en discutir.



LA SACRALIDAD DEL YO SOY

La gestación de un ser  humano se extiende aproximadamente a lo largo de nueve meses. Es el novenario más emocionante y creativo que se pueda imaginar. De un montón de células indiferenciadas parecidas a un coágulo, uno se convierte en pocas semanas en un curioso pescadito, primero y en un rozagante bebé después.

          Nacemos sin intervención de nuestra voluntad. Nacemos, no pocas veces, aún contra la voluntad de dos sujetos ajenos por completo al nuevo ser, al que, mirando la cosa con grave reduccionismo biológico, han aportado, una parte los residuos viscosos de un acto normalmente placentero; la otra, una diminuta excrescencia abdominal cuya formación y aprestamiento para el acto de la vida no controla.

          ¿Entonces, la vida humana es una casualidad? No, ciertamente, no. Durante millones de años hemos fornicado sabiendo que de allí puede salir una nueva vida.  

Lo que es una casualidad es la paternidad y la maternidad.

El hombre produce y expele aproximadamente 200 millones de espermatozoides durante cada eyaculación. Considerando una vida sexual media masculina de cuarenta y cinco años y un coito semanal, un varón promedio ha puesto en circulación 52 x 45 x 200.000.000, o 4.680.000.000.000 de gónadas masculinas. La mujer, algunos miles de óvulos. Que mi papá y mi mamá hayan llegado a ser MIS  padres y no de otra persona es probabilísticamente inimaginable. Algo así como 1060 x 103 .En cambio, la probabilidad de que yo sea yo es 1/1. YO SOY YO y nadie podrá jamás evitarlo.

Por eso, lo casual no es que yo exista. Lo casual es que  fulana y zutano sean mis padres, tus padres, nuestros padres. A quienes amamos y de quienes recibimos el más grande amor. Pero sin perder de vista que cada relación causal padres-hijos es, en lenguaje escolástico, pura contingencia. Por el contrario,  que Yo sea YO es pura necesidad. No puedo evitar haber sido. No puedo evitar ser, ni podré evitarlo jamás. Y ese YO es un templo sagrado e infranqueable para los demás. Quienes creen en los milagros pueden tranquilamente decir que, haberse ganado uno la lotería de la vida contra algunos TRILLONES de probabilidades en contra es un milagro. O una casualidad infinitamente mayor que sacarse la lotería de año nuevo.

          Pero ese YO tiene una estructura interna, un rictus comportamental, un sino genético inevitable que, si fuera posible experimentalmente compararlo con los seres que esos números desaforados que lucen unas líneas más arriba representan, las diferencias serían poco menos que despreciables. Excepto por una cuestión esencial: YO SOY YO y no OTRO.

          Somos seres humanos. El producto mas alto de la evolución, divididos funcionalmente para que algunos fecunden  y otros gesten: somos idénticos en la diversidad y diversos en la identidad.

          Hay por tanto que limitarse a reconocer la imposible disyunción en absoluto de la identidad y la diferencia, pues en lo intelectual, como en lo moral, la verdad, como el bien y la belleza, no podrán, no podrían existir sin un coeficiente relativo de contradicción interna. Sólo se nos ofrecen en grados” (José Biedma López: “Dialéctica de la plenitud”, Revista de Filosofía, Univ. Complutense, nº 24 (2000), completado en /www.adamar.org/, primavera del 2001.







          UNA DISCRIMINACIÓN PERVERSA E INCONDUCENTE

          Alguien dijo una vez que la discriminación era la más inhumana de las conductas. En esa línea de pensamiento se ha trabajado en contra de la discriminación. Hoy nadie tiene que dar fe de su religión ni confirmar su identidad política o gremial. Es socialmente inaceptable marcar a alguien por el color de su piel. La discriminación racial está tan severamente combatida  y tiene tan poco sentido común que desaparecerá muy pronto. Es hoy el eje central de la discusión entre identidad y diferencia, bajo diversos órdenes de pensamiento, tales como “Unidad en la diversidad” o “Pluralismo vs. Intimidad”, etc.

Sin embargo persistimos en una discriminación absolutamente estúpida por inconducente: ¿Varón o Mujer? ¿Masculino o Femenino? ¿Nena o Nene? Y es allí donde, según creo, ha de jugarse la madre de todas las batallas en contra de la discriminación: ¿Por qué alguien ha de ser catalogado como “Varón” y alguien como “Mujer”, marcando a fuego y de por vida la existencia de una persona que no merece se la categorice como si fuera una especie felina o palmípeda?

De hecho, no conocemos a ninguna gata molesta porque se le diga “gato”. Ni hemos oído protestas inteligibles de los patos  o las patas acerca de su clasificación ornitológica.

          Pero no es lo mismo con los seres humanos. No hay razón científica ni cultural, ni siquiera religiosa, como veremos, para establecer un corte en la humanidad entre varones y mujeres. Somos seres humanos con mayor o menor cantidad de rasgos femeninos o masculinos.  

          LA CATEGORÍA “SEXO” ES ANTIJURÍDICA

Cualquier mención documental sobre el presunto “sexo” de una persona es una discriminación injustificable a la luz de la legislación internacional y nacional.

El Tratado de Amsterdam, de la Unión Europea, acordado en el plano político el 17 de junio de 1997 y firmado el 2 de octubre del mismo año expresa textualmente:

"En todas las actividades contempladas en el presente artículo, la Comunidad se fijará el objetivo de eliminar las desigualdades entre el hombre y la mujer y promover su igualdad". En lógica matemática, la igualdad puede expresarse como A = A; el lenguaje de la U.E. dice que propenderá a que V = M; o, lo que es lo mismo, que SON  iguales, pero se los trata como desiguales. Y eso debe corregirse.

La Declaración Universal de Derechos Humanos, aprobada en 1948, tiene un texto más que interesante. En el artículo 1 se resumen todos los demás artículos y posteriores tratados y convenciones cuando se expresa "todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos". En algunas cuestiones, como los derechos inherentes al matrimonio, la Declaración detalla las maneras en que es preciso tratar a hombres y mujeres. Indica que "los hombres y las mujeres, a partir de la edad núbil, tienen derecho, sin restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión, a casarse y fundar una familia; y disfrutarán de iguales derechos en cuanto al matrimonio, durante el matrimonio y en caso de disolución del matrimonio. Sólo mediante libre y pleno consentimiento de los futuros esposos podrá contraerse matrimonio". Es decir que hombres y mujeres pueden decidir vivir juntos en lo que históricamente se ha llamado matrimonio. Pero ¿dónde dice que ese derecho le queda reservado a un hombre con una mujer y a una mujer con un hombre? En el lenguaje de 1948, hubiera sido ilusorio que se hablara de inidoneidad de la diferencia sexual. Pero ya la declaración es lo suficientemente amplia como para admitir que si dos “hombres” o dos “mujeres” (en el lenguaje tradicional) deciden casarse, los ampara un derecho humano básico. A la luz de la Constitución Nacional, art. 75 inc. 22, La declaración Universal es derecho constitucional interno y, por lo tanto, enerva y contradice al Código Civil Argentino si se entendiera que este cuerpo legislativo no permite el matrimonio entre personas del mismo sexo.



LA CUESTIÓN DEL SEXO EN QUINCE TESIS

Sostenemos estas tesis, cada una de las cuales necesita reflexión y desarrollo:                                                                                                

           1) Las manifestaciones de la sexualidad humana son infinitas, no dos.

2) Toda la actual construcción ideológica y lingüística alrededor del vocablo “sexo” es altamente discriminatoria.

3) Mi anclaje sexual reconoce un componente biológico modificable y un soporte cultural inalienablemente auto atribuible. Con los ladrillos de lo biológico YO soy mi propio arquitecto en la construcción de quien SOY (Viktor Frankl).

4) Mi sexualidad es solo mía y debe interesar solo a quien yo deseo deba interesar.

5) La actual división  bicategorial en sexo masculino y femenino es anticientífica, discriminatoria e irrelevante.

6) No hay condicionamiento biológico que resulte insuperable en orden a la libre elección de mi status sexual.

7) La elección sexual no roza siquiera a la Ética. En cambio, es profundamente inmoral limitar las preferencias sexuales de una persona.

8) Hoy, la educación sexual no educa para el sexo sino “contra” el sexo, discriminando a quienes no aceptan los criterios reduccionistas impuestos duramente por la Iglesia católica.

9) Aceptado que ningún ser humano es totalmente varón o totalmente mujer, la utilización de la categoría “sexo” es irrelevante  y discriminatoria.

10) En consecuencia, es discriminatorio todo asiento documental sobre el sexo de las personas en cualquier registro público.

11) Empíricamente, no hay correspondencia absoluta entre atributos masculinos y la categoría “varón” ni entre los atributos femeninos y la categoría “mujer”.

12) La gestación en el seno materno es apenas un capítulo precientífico en la historia biológica de las generaciones venideras. La persona gestante se librará próximamente de “parir con dolor”, maldición bíblica que para los fundamentalistas religiosos es un “mandamiento” divino.

13) En tal sentido, resulta impensable que dentro de 50, 100 o 200 años, las personas con aptitud natural para la gestación deseen seguir sometidos a los sufrimientos y riesgos del embarazo y parto hoy llamado “natural”.

14) La vida sexual plena y adulta, originada en el consenso entre quienes la practican, no admite ni tolera intromisiones de terceros.

15) La vida sexual plena, adulta e ilimitada, disociada de toda connotación reproductiva es un Derecho Humano básico.

16) En la deriva natural de los seres vivos, nos hemos constituido en Humanidad por el Amar, el Conocer y el Lenguaje. Las 15 tesis que anteceden son consecuencia directa de una adecuada interpretación biológica de los seres humanos.



SEXO Y GÉNERO

          Hoy ya no hablamos de sexo sino de género, como construcción cultural. Pero nos debemos una instancia superadora. Es hora de que dejemos de hablar de género masculino o género femenino y nos refiramos al único género que nos separa del resto de la Naturaleza: somos el GÉNERO HUMANO, orientado en mayor o menor medida hacia un horizonte femenino o masculino. Pero esta orientación no tiene la menor importancia frente a la gravedad de la actitud discriminatoria que significa etiquetar a unos y a otros como si toda a humanidad necesitara culturalmente autodefinirse como perteneciente a solo dos categorías que proviene del mundo natural.

Tal exigencia rinde tributo a la biosfera sin consideración a la noosfera que el mundo del conocimiento, del amor y del lenguaje. En  otros términos, el mundo de la CULTURA, entendida con Morin como constituida por el conjunto de Hábitos, Costumbres, Prácticas,  Destrezas, Saberes, Reglas, Normas, Prohibiciones, Estrategias, Creencias, Ideas, Valores, Mitos, que se perpetúan de generación en generación, se reproduce en cada individuo, genera y regenera la complejidad social.

          Eliminar la distinción por sexo podrá parecer demasiado fuerte para algunos. Sin embargo hubo cosas peores y no hace demasiado tiempo. Esta  afirmación no es antojadiza. Pocos argentinos saben que nuestro Código Civil, en la redacción original de Vélez Sarsfield sahumada por el incienso eclesiástico, dividía a los hijos en “legítimos” (hoy, matrimoniales) e “ilegítimos”. Y a éstos últimos en “naturales” si habían sido concebidos por personas no casadas pero sin impedimento para el matrimonio.

          Y esto no es todo. Según nuestro piadoso Código, los hijos concebidos fuera del matrimonio, cuando existía algún impedimento en uno de ellos o en ambos, eran “adulterinos”, “incestuosos” y “sacrílegos”, calificaciones que no requieren mayor explicación, pero que debían soportar desde su niñez, gentes concebidas por padres a los cuales la legislación anatematizaba por ser “hijos de…” e incluso les impedía reclamar por su filiación.

Si esto cambió en etapas hasta la actualidad, en que no solo no hay distinciones legales sino que está prohibido hacerlas entre hijos matrimoniales y extramatrimoniales, no vemos por qué la humanidad no comprenderá algún día que lo de varón o mujer es una cuestión de simple proporcionalidad genética totalmente compatible con una sexualidad  de libre elección.

Por desgracia, la cosa no habrá de ser demasiado sencilla. Con apoyo básico en la biología, y a partir de meros signos exteriores, clasificamos la especie humana desde el mismo nacimiento en dos grandes grupos: si tiene pitito es varoncito; si no lo tiene, es nena. La imagentología médica permite incluso adelantar el momento a unos meses antes del parto. Cuando éste se produce, el/la bebé será arropado preferentemente con prendas celestes o rosadas, según corresponda. Así se denuncia e inscribe en los registros públicos, sellando a fuego irrevocablemente el destino de quien en ese momento no puede opinar.  A la hora de los regalos, para unos serán los autitos y las pelotas; para otras, las muñecas y los jueguitos de té. Como se suele decir, la “sabia” naturaleza distribuye atributos sexuales casi en igualdad de proporciones. Divididos en dos bandos, uno de ellos viene ganando desde siempre un juego de suma cero por varios puntos. ¿Es posible que lleguemos a un “empate”? Aunque así fuera ¿qué sentido tiene esta guerra de los sexos, si la diferenciación por sexo, precisamente, es lo impertinente?



¿DE QUÉ LADO ESTÁ LA RELIGIÓN?

Ha sido nefasta la influencia de las multinacionales religiosas en la resolución dada históricamente al tema: la supremacía del varón sobre la mujer. Paradójicamente, en este momento me valdré de la propia religión para fundar la tesis que venimos sosteniendo.

Leemos en Génesis 1,26: “Díjose entonces Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”. Y en 1,27: “Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó y lo creó macho y hembra”.

Imagen, del latín “imago”, es representación, retrato, imitación. Semejanza es apariencia de algo, con la misma raíz etimológica que “semblante”: rostro, aspecto de la cara. Por eso el papa Albino Luciani pudo decir: “Dios es Padre, pero sobre todo es Madre”. Por eso Leonardo Boff (1985), entre sus escritos fundamentales tiene un libro intitulado “El rostro materno de Dios”.

En todas las ediciones de la Biblia en castellano que he consultado, aparece unánime la conjunción copulativa “y”. Dios creó la especie humana “macho y hembra”. No “macho o hembra”. Dios es una síntesis de lo que, trasladado a su criatura, resulta en atributos femeninos o masculinos.  Nadie es totalmente “macho” o totalmente “hembra”. Este binomio integra un sistema muy complejo de distinciones binarias tales como “cerebro-corazón”, “mente-espíritu”, “razón-intuición”, “emoción-sentimiento”, etc. Ninguna de ellas anula a la otra. Podremos ser más o menos cerebrales, sentimentales, racionales, intuitivos, etc. Y también un poco más machos o más hembras. Pero jamás nadie ha encontrado un varón desprovisto de todo rasgo de feminidad, ni alguna mujer sin características masculinas.



SEXO SÍ. CATEGORÍA SEXUAL, NO

Propongo clausurar esta frontera sin sentido entre lo femenino y lo masculino porque todos somos FM: modulamos en frecuencia bisexual. Algunos más corridos a la izquierda y otros a la derecha del dial. Y el mayor  número en el centro. Si el mandato cultural histórico no hubiera sido “los nenes con los nenes y las nenas con las nenas” la humanidad se hubiera ahorrado muchas penurias. La distinción entre varones y mujeres es tan irrelevante como entre narigones y ñatos. Pero sus alcances fueron terribles y lo siguen siendo actualmente en muchas partes del mundo.

Hoy, la mujer, esforzadamente, trata de lograr igualdad de derechos con los hombres. A mi juicio, la única manera de lograrlo íntegramente es borrar de un plumazo esta clasificación. Creo sinceramente que todos viviríamos más felices si nadie reparara en donde sintonizo mi FM.

Claro, está el asunto este de la maternidad y la paternidad. La capacidad de gestar y parir, reservada a las mujeres. Ese es un condicionante biológico inexcusable. Que nuestra propuesta no desconoce porque no pretende la eliminación del sexo sino de la categoría “sexo”. Tiempos vendrán en que la ciencia posibilitará no solo la fecundación, sino la gestación y el nacimiento de un nuevo ser fuera del vientre materno. ¿Mi propuesta, entonces, es extemporánea por prematura? Quizás. Pero vale la pena ir desde ya pensando en ella.

Como nos enseña la Programación Neurolingüística, el mapa no es el territorio. El mapa del sexo que hemos elaborado en estos seis o siete milenios de vida humana histórica no representa adecuadamente el territorio sexual. Hoy estamos en condiciones científicas y culturales para elaborar un nuevo mapa en el que estén representadas todas las regiones. Hacerlo, permitirá a cada uno en libertad decidir su hábitat.



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SALAS – TRIGO REPRESAS: Código Civil Anotado (Bs. As. 1979, Desalma)

SCHELER, MAX: El Puesto del Hombre en el Cosmos (Bs. As., 1960, Ed. Losada). Trad.: José Gaos.

SCHELER, MAX: La Idea del Hombre y la Historia (Bs. As. 1959, Ed. Siglo XX).

SMITH, ADAM: La Teoría de los Sentimientos Morales (Madrid, 1997, Alianza Editorial). Trad.: Carlos Rodríguez Braun.


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